Maravillas y rarezas
En el centro del libro Ecuador: imágenes de un pretérito presente con textos de Jorge Enrique Adoum y fotografías de Pocho Álvarez, aparece una fotografía de Jaime Roldós Aguilera, el presidente democráticamente electo tras casi una década de dictaduras. Roldós, a un costado del centro, emerge de las sombras; su rostro, de perfil, está envuelto en un halo. Es una luz que se desliza por las páginas del libro y orienta la narración. La luz solo ilumina el rostro del joven presidente, las hojas del discurso que lee y los micrófonos que captan su voz y la transmiten a los millones de ecuatorianos que lo escuchan. Es la imagen que enmarca el contenido de un libro que podría ser descrito de muchas maneras y que por su magnitud geográfica e interés por el detalle no desentonaría con la larga tradición de las historias naturales que buscaban abarcar todo el conocimiento humano entre sus dos tapas. Álvarez y Adoum distan de intentarlo, lo suyo no es el mundo, sino Ecuador: Puerto Bolívar, Cotacachi, Carpuela, Esmeraldas, Quito, Calderón, Machala, Quinchuquí, Imantag, Quinindé, Ayora, San Pablo, Camarones, La Concepción, Guayaquil, Balzar y Cayambe. Hace cuarenta y tres años.
Cuando menciono las historias naturales en realidad pienso en una del siglo XIII, Las maravillas de la creación y las rarezas de la existencia del erudito musulmán Zakariyya al-Qazwini. Si en una página aparece una abeja del tamaño de toda la hoja, en la siguiente se ve a los hombres de piernas suaves de Zanzíbar que avanzan saltando desde los árboles a los hombros de los transeúntes. En la época de Qazwini el deslumbramiento también era un método intelectual. Actuaba como un estímulo para adquirir conocimiento. Como señalan los estudiosos de su obra, el autor sabía que el deslumbramiento tenía que ser cultivado. La curiosidad natural con la que todos nacemos se va apagando cuando establecemos familiaridad con el mundo. Ese impulso hacia el redescubrimiento de lo que habita el planeta fue una de las razones por la existencia de su libro. Un libro que el autor reconocía tenía límites: “Todo lo que los humanos han comprendido es apenas una gota en el océano y un grano en el desierto de la existencia”.
Una mira las imágenes captadas por Pocho Álvarez cuatro décadas atrás y el desfase es genuino. Lo que vemos no encaja con lo que ahora se encuentra allá afuera. Y esa traslación no desentonaría en un libro como el de Qazwin. Una casi ve las alas que crecieron alrededor de La Mariscal y la elevaron hasta desaparecer en un remolino y siente que apenas vislumbra “una gota en el océano y un grano en el desierto de la existencia”. Porque Ecuador sigue siendo Ecuador, sí, pero la teleología del progreso, representada en esa imagen del afluente simbólico del Amazonas que fue la calle comercial por excelencia de la capital, llena de letreros que ofertaban abundancia, es ahora la arteria principal de un barrio muerto y abandonado. Las clases medias y altas ya no comulgan en la iglesia de Santa Teresita, sino que se trasladaron a territorios que ni siquiera aparecen en el libro. Pueblos viejos reconvertidos en barrios nuevos que crecen atrás de rejas y cerramientos unidos por el concreto de la Ruta Viva.
Está esa línea de horizonte del norte de la capital, ahora colonizada por el logo de Uribe Schwarzkopf hasta donde alcanza la vista, que la vuelve irreconocible.
Está el paisaje de la Sierra, surcado por cultivos y sin grandes carreteras atravesándola, entonces desprovisto de kilómetros y kilómetros de invernaderos de plástico.
Está ese pequeño parque automotor donde el peatón aún tenía precedencia.
Están esas casas de adobe y tejas a escala humana y no conjuntos de cemento y acero abandonados en la mitad del campo.
Y esa pintada en la pared: “No hay azúcar, no hay arroz, solo ladrones contra vos” que podría estar ahora mismo grafitado en un muro de la calle Guayaquil.
Y ese niño con mirada de adulto que se apoya en una pancarta al revés que dice: “Los gobiernos cambian, la lucha continúa”.
Y ese trío de amigos que preparan su aventura para surcar con cometas los cielos de la capital sin fijarse en las consignas de partidos que ya no existen a sus espaldas.
O esa niña que aprende matemáticas en un ábaco.
Es un país captado por un fotógrafo en movimiento. Por alguien que intuye el poder de la imagen y el pronto desplazamiento de la palabra. Por alguien que unió entre dos tapas la belleza del Ecuador (esos rostros en primer plano) y el horror del Ecuador (la miseria, también, en primer plano). Alguien para quien no existía el riesgo de sentir nostalgia por el país que retrató.
Alguien que no sabía todo lo bueno y lo malo que vendría: León, el levantamiento indígena, Flores y Miel, el Cenepa, la dolarización, el ristre de presidentes cayendo como piezas de dominó, el socialismo del siglo XXI, la pandemia, el asesinato de Villavicencio. El Ecuador cuarenta y tres años después.
Lo único que nos sobrevive es la huella que dejamos en el mundo. Una huella que más y más equivale a imágenes. La era digital amenaza con enterrarnos bajo toneladas de instantáneas inocuas. Que escarban en lo individual y filtran y curan escenarios perfectos donde todo está en su lugar. Solo que la realidad es compleja, torpe, sucia, y dista de ser ideal. ¿Qué harán los historiadores del futuro? ¿Cómo contarán el pasado? Sospecho que buscarán en los márgenes, lejos de las cuentas con más vistas (o lo que sea su equivalente en el futuro), que rastrearán los libros en busca de una mirada, una reliquia, un objeto que ilumine las vidas ordinarias, que señale una línea narrativa que dé forma a esas historias.
Si dan con estas fotografías de Pocho Álvarez–las que están en las paredes, las que estaban en el libro–, encontrarán una narración marcada por la fe en un cambio colectivo, por el poder de la organización popular, por la voz unida de cientos de personas que trabajan por el bienestar común.
Somos nuestro pasado, cargamos generaciones sobre nuestros hombros, nos siguen hablando sus descubrimientos y hazañas, seguimos deslumbrándonos por las maravillas y las rarezas que nos interpelan. A veces, como en el caso de estas imágenes, hasta sacarnos del letargo de la indiferencia.
Gabriela Alemán
PRETÉRITO PRESENTE
CRÉDITOS DE LA EXPOSICIÓN
Curadoría, post producción y montaje: Isabel Dávalos
Asistencia de producción general: Paúl Narváez Sevilla
Reproducción fotos, libro y voz: Pocho Álvarez
Entrevistas y edición de audios: Isabel Dávalos
Textos : Gabriela Alemán
Diseño gráfico y grafiti: Adrián Moromenacho
Web master:Jorge Vergara Anda
Producción general: 23 EDOC – INCINE
Exposición realizada a partir del libro
Ecuador: imágenes de un pretérito presente
Textos de Jorge Enrique Adoum
y fotografías de Pocho Álvarez
1ra edición, dos mil ejemplares
Copyright Editorial El Conejo
Diseño por Diego Cornejo
Fotomecánica por Antonio Quiyú
Impresión por Artes Gráficas Señal
Quito, Ecuador, 1981