Un texto a partir de la película Responsabilidad empresarial de Jonathan Perel
Por: Agustín Molina Arévalo

Fotograma: Responsabilidad empresarial, de Jonathan Perel
Faltan los segundos cuando la rutina apremia rabiosa el sentido del mundo. Uno, de la rutina, no desconfía jamás. Pero si de pronto uno va al trabajo todo café con leche, entra saludando al guardia de la gaceta con normalidad irrelevante para la vida de uno que no está trabajando para ser asesinado. Si de pronto, hay un sujeto desconocido en los pasillos con una lista sobre un sujetador y usando un gafete con el logo de la empresa a la que tú le confías hasta la vida de tu familia. Aquel sujeto se acerca entonces después de interrogar a tus compañeros y te pide tu nombre; tú se lo das, total, qué culpa. Al sujeto jamás lo habías visto hasta esa vez que, misteriosamente, llegó a pedirte tu nombre. Después desapareces y esa es tu película.
Hay gente que trabaja para no morirse y otra que murió para que todos trabajen.
Pero por la noche, resulta que entran a las casas de los obreros y líderes sindicalistas, unos tipos intimidantes y probablemente armados y los llevan uno por uno en camionetas que después desaparecerán para siempre. Resulta que la dictadura militar en Argentina, (1976-1983) con la colaboración de un listado ejercicio, confabuló junto con algunas empresas para desaparecer a empleados, y de esa manera, someter a los sindicatos de trabajadores; forzando a una drástica reducción de personal y ejecutando un nuevo modelo económico.
La persecución pasó a ser un listado. Un listado reiterado y estadístico de 68 minutos con la voz del director y la vista rendida sobre la ventana de un auto.
Las listas, por ejemplo, pueden constatar la maldad de los intereses.
Pueden ser compras del supermercado.
O ser nombres de personas desaparecidas en la dictadura.
O ser sugerencias musicales por algoritmos.
O una lista de aves en peligro de extinción.
O millones de dólares desglosados para la deuda.
Esta película tiene como sonido de fondo los autos pasando en velocidad constante sobre un pavimento húmedo. ¿Pero por qué? Pues la razón se limita a la hora celeste que es el amanecer y de cómo el rocío de la madrugada humedece los caminos, por eso, los autos parecen escucharse desde la longitud. A esa hora se filma el documental porque es la hora a la que los trabajadores arriban a las fábricas. Eso como sonido de fondo. El principal sonido y casi permanente es la voz de Jonathan Perel; a veces trastabillando por leer un guion, que yo calculo, debe rondar no menos de 50 páginas. Un guion que no contiene giros dramáticos, sino paciencia exhaustiva sobre su planicie. A veces su voz parece todavía sorprenderse por los números y las cifras que va leyendo. ¡Qué números y qué cifras!
Un documental que angustia desde la estadística. Cuando lo ha entendido, espectador, se asimila que valorar los números es madurez y respeto por quien pasa de ser nombre vivo, a ser un dato en la pantalla.
30.000 o más. 32 empresas involucradas.
Un poco por vergüenza volveré al tema de la reiteración, después de haberme paseado por la hoja con una configuración apreciativa del film. Me gusta decir sobre este documental que se trata de un ejercicio de atención sistemática –comparable al poema Fábula y rueda de los tres amigos de Lorca– sobre los nombres de los desaparecidos. Se trata de una configuración sistemática y comparable de todos los casos. No hablo por las empresas mencionadas en el documental, sino por los nombres de los desaparecidos, no hablo sobre la alianza perversa entre empresas y el Estado en formato dictadura, sino hablo de las madrugadas silenciosas y melancólicas que sorprende el frío argentino. Igual que Lorca, cuando llega a su conclusión más obvia: que los tres – Lorenzo, Emilio y Enrique – ya estaban enterrados. Entonces cada uno se diferencia de su estado: el uno en un seno de Flora; el otro en yerta ginebra que se olvida en el vaso y por último en la hormiga, en el mar y en los ojos vacíos de los pájaros. Él dice: fueron los tres en mis manos, tres montañas chinas, tres sombras de caballo. Después sigue: los tres momificados, con las moscas del invierno, con los tinteros que orina el perro, con la brisa que hiela el corazón de todas las madres. Estaban los tres juntos, después pasaron a ser tres y dos y uno y separados los personajes por caso se produce la suma contemplativa a casos recogidos por patrones. El logro del poema – a mi entender tergiversado – es conocer mediante patrones a cada uno de estos personajes enterrados y volver a presentarlos una y otra vez con una carga lírica delimitada. El logro del documental es parecido al de Lorca y muy diferente al mismo tiempo, pues tratan de la reivindicación a través de nombrar a la persona, se trata de concluir que las desapariciones las limita el nombre y la ausencia que contiene su pronunciamiento. El relato del documental en su tono permuta a lo denunciante y objetivo. La poesía está regada en dosis tan leves que apenas es detectable hasta que empiezan a nombrarse las víctimas con un tono de voz relativamente calmado; un tono de enumeración constante en una boca que parece perder saliva y aliento. Mientras tanto, la madrugada luce un diáfano tono celeste en el cielo, angustioso fondo por detrás de las fachadas de cada una de las empresas.
Las fábricas siguen operando con total normalidad apegadas a una crisis que muchas de ellas desencadenaron. No sólo sometieron a las entidades estatales y gremiales, sino que condenaron a muchas generaciones futuras a mirar (casi que por resignación forzada) cómo se olvida así de fácil el nombre rebuscado de justicia con una mirada indiferente hacia otro lado. Después de mirar el documental, es en ese momento donde cabe la pregunta: ¿qué deuda suena más impagable, si 300.000.000.000 millones de dólares en crisis o 30.000 desaparecidos para miles de familias argentinas?
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