Un texto a partir de la película Espero tu (re)vuelta de Eliza Capai
Por: Helena Silvestre, Kaique Menezes y João Vitor Seixas
Desde un Brasil colapsado, contabilizando ya más de 130000 muertes por COVID 19, así como tantas otras vidas cegadas por la violencia policial, por el hambre y por una serie de heridas que desde hace 500 años asolan a nuestro pueblo, queremos recordar con algunas pocas notas el sentimiento de las luchas que tomaron nuestro corazón con la ocupación de las escuelas que ocurrieron algunos años atrás.
Escribimos nosotrxs tres, militantes, activistas; una viniendo de la lucha por la vivienda en las periferias; otro que estuvo directamente involucrado como parte de lxs estudiantes que asumieron el protagonismo político durante el corto pero riquísimo período en que las escuelas funcionaron bajo el control estudiantil; y un otro que tuvo contacto y construyó sus militancias en el proceso después de las ocupaciones.
Desde hace muchos años hemos visto y vivido una cierta corrosión de las esperanzas de que se puedan resolver los problemas de la población más pobre a través de los caminos de siempre, de las elecciones, de la democracia representativa y liberal que vivimos. En Brasil, el periodo en el que más jóvenes negros accedieron a la enseñanza superior fue también aquel en que nos volvimos el tercer país más encarcelador del mundo, siendo que en las cárceles predomina la privación de todas las libertades de nuestrxs hermanxs, jóvenes, negros y negras, pobres.
La desconfianza en relación a las formas tradicionales de la política institucional se fueron acumulando. Desconfianza en relación a los sindicatos – en tiempos de trabajo tan precarizado -, en relación a los partidos – y su vieja política, sin potencia y llena de acuerdos asquerosos -, y a los políticos – que dicen que nos representan pero, en su mayoría, no vivieron lo que vivimos y no caminan por los territorios violentos donde nuestras vidas habitan.

Fotograma: Espero tua (re)volta, de Eliza Capai
Desde 2013 la juventud de las favelas y periferias venía tomando la iniciativa en expresar esa revuelta acumulada en lo subterráneo de la vida, todavía carente de más y mejores instrumentos para pensar esa propia revuelta ya que las izquierdas tradicionales desaparecieron de los barrios pobres ya en los años 90, cuando abandonaron el trabajo en las bases y decidieron que las elecciones eran su prioridad.
Cuando las luchas por el transporte explotaron en junio de 2013, parte de esas izquierdas condenó las protestas diciendo que si éstas no eran organizadas de la manera tradicional, no eran legítimas. En vez de sumarse a la voz indignada de la multitud de jóvenes en las calles, lo que hicieron fue condenarlos y dejar el espacio vacío para que los conservadores oportunistas disputasen la influencia sobre esa rabia un tanto confusa.
Cuando explotaron las luchas con las ocupaciones de las escuelas en 2015, conectada de alguna forma con las de 2013, la autogestión protagonizada por lxs estudiantes y la exigencia de autonomía que empuñaban siempre que organizaciones tradicionales intentaban apoderarse de los rumbos o encauzar los modos de hacer, mostraron que la profunda desconfianza en la política tradicional no era necesariamente conservadora: ella podía también apuntar a un horizonte de autonomía y auto-organización.
El movimiento estudiantil brasileño está bastante concentrado en universidades públicas y escuelas de referencia,1 no es tan activo en los barrios pobres, además de haber sido bastante instrumentalizado en las disputas partidarias cuando lo dictó la conveniencia. Esto cambió en 2015, cuando la juventud de las periferias, protagonista absoluta de la ocupación de escuelas en Brasil, aparte de que no tenía motivos para confiar o identificarse con el movimiento partidario, pareció encontrar una lucha que tenía sentido, construida horizontalmente y en nombre de lxs propixs estudiantes.
En 2015, nos encontramos con la contradicción de un decreto gubernamental para el cierre de casi 100 escuelas en el Estado de São Paulo; eso, en un país que convive con el problema de la sobrepoblación de las aulas escolares. En medio de las protestas, un grupo de estudiantes decidió retomar la experiencia acumulada de nuestro pueblo, el cual en 2012 ocupó una escuela en el Estado de Matto Grosso, así como en 2006 y 2011 los pingüinos habían tomado las escuelas contra la precarización y privatización de la enseñanza. De la experiencia chilena y argentina de toma de escuelas se tradujo la cartilla “Cómo ocupar un colegio”, ese material se volvió el manual de organización inicial dentro de las escuelas, que después de las primeras tres ocupaciones no pararon de crecer hasta llegar a más de 220 escuelas ocupadas. Alrededor del Brasil, en diferentes tiempos, ocurrieron ocupaciones en Maranhão, Mato Grosso do Sul, Bahia, Ceará, Goiás, Rio de Janeiro, y Paraná, así fue que, en 2017, en protesta contra los recortes en la educación, se llegaron a ocupar más de 1000 escuelas.
Aprendimos a organizarnos y a diseñar una independencia individual y política durante el proceso de luchas, fruto de una experiencia de apropiación de la escuela como un lugar posible, de escuelas en sus respectivos territorios, con personas que convivían diariamente en un lugar nuevo donde se podía conversar sobre género, raza y sexualidad: la escuela ocupada como un lugar que tenía sentido para lxs jóvenes.

Fotograma: Espero tua (re)volta, de Eliza Capai
La juventud que tomó las escuelas es la misma que tomó las calles en 2013; son jóvenes desempleadxs, precarizadxs, trabajadorxs informales, negros y negras que nacieron en un momento histórico de restricción de derechos, de privatizaciones, de desempleo estructural y aumento de la cárcel y el genocidio dentro de los barrios y favelas. Esa juventud no aprendió a atarse a ningún partido o entidad estudiantil, su llama de rebeldía se rebela contra todas esas estructuras que se fundieron con el Estado y abrieron las puertas para el repliegue de los derechos de nuestro pueblo. La condición de la juventud actual es la de no poder reproducir las condiciones financieras de sus padres, ya que no tienen condiciones para alquilar o comprar una casa, de armar un hogar, tener un empleo estable o incluso jubilarse dignamente en el futuro. Es en esa falta de oportunidades, arrebatas por los que están arriba, que esa generación nutre su revuelta ingobernable y autónoma.
Podemos pensar en lo que quedó de las luchas estudiantiles: el ideal de subversión de la escuela como un espacio propio de quienes la frecuentan, lxs estudiantes, y tiene sentido individual y colectivamente – por más atacada que sea por el Estado con la militarización y las amenazas de privatización – permaneció de alguna manera en las organizaciones “secundaristas”. Y desde entonces, todos los años se ven pequeñas revueltas y movilizaciones contra el autoritarismo y la represión dentro de las escuelas, organizadas por lxs propixs estudiantes en señal de resistencia.
Incluso con tanta represión, que hasta hoy no cesó, las ocupaciones secundaristas mostraron la potencia de la juventud auto-organizada, que piensa y quiere tener su voz escuchada, que es política y quiere construir no sólo una escuela sino una sociedad de libertades.
Si después de 5 años de que el proceso de ocupaciones comenzara, las organizaciones tradicionales e institucionalizadas del movimiento estudiantil (como la UEE, retratada en el film) se reivindican como líderes de ese movimiento, sólo demuestran su propia fragilidad. En la época fueron duramente cuestionadas por lxs estudiantes al intentar, varias veces, negociar con el gobierno en nombre de las escuelas ocupadas – que por su parte reivindicaban, en su mayoría, decisiones de asambleas autónomas. La llama que se propagó desde las bases y raíces y se diseminó por las escuelas del Brasil entero mostró que de la desorganización del poder autoritario puede nacer el autocontrol popular, desorganizando para reorganizar, y esa fue la condición de las escuelas ocupadas por meses, funcionando como el más democrático programa popular de educación, convertidas en espacio de cultura, respeto y dignidad. Si no somos nada para el Estado, seamos todo sin él.
Traducido del portugués por Luis Salas.
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1 Escuelas públicas ubicadas en zonas pudientes de la ciudad y que son consideradas modélicas